ARTERO ASESINATO DEL CAPITÁN
LEPE.
Era
una mañana asoleada del domingo 11 de mayo de 1952, como a las 9;
un
individuo como de 35 años de edad, de rostro cetrino, pelado al rape, de mirada
siniestra y con evidentes signos de
nerviosidad, guiaba su convertible a gran velocidad, por la Avenido de los Insurgentes. El pie
impulsando al fondo el pedal del acelerador, sus huesudas manos aferradas al
volante tratando de rebasar imprudentemente a los coches que van adelante. A la vista se aprecia que es el clásico
“junior millonario”, que por el hecho de serlo se cree con derecho a que todo
mundo le ceda el paso para que él,
prosiga con su vertiginosa carrera.-
Raudo
en su carrera, nuestro imprudente personaje rebasa a un Buick casi rozándolo, pero al llegar a la esquina el
semáforo marca “Alto”; momentos después que a él le parecen siglos se enciende
la luz verde; pero entretenido en encender un cigarrillo no arranca; entonces
el conductor del Buick que acaba de rebasar hace sonar su bocina, esto molesta
al junior y en represalia, parte a vuelta de rueda, cerrándole el paso
intencionalmente al carro que lleva
atrás. Por esta causa hay una discusión;
el pelón emplea palabras soeces sin mostrar ningún respeto a la dama que
acompaña al conductor del otro carro; así llegan a la siguiente esquina, de
Insurgentes y Yucatán, en la que también
el semáforo marca “Alto”; los carros quedan, usando términos marinos “al
pairo”, casi unidos por sus costados, el pelón increpa nuevamente al que maneja
el carro Buick, gesticula amenazante; el otro conductor calla prudentemente, no
le hace caso; esto enfurece más al pelón, quien asomándose por la ventanilla de
su convertible, lo desafía, le lanza insultos léperos de los que ofenden la
dignidad del hombre; pero por toda respuesta el del Buick le dice: “Ya cállate,
loco”
Esto
enfureció en alto grado al junior pelón, que apretó la boca, rechinó los
dientes, palideció, sus ojos despidieron relámpagos de ira, y ágil como un felino
abrió la cajuela de guantes de la que sacó una pistola escuadra, con habilidad
de tirador experto cortó cartucho, y sacando su larga mano simiesca hasta casi
meter el arma en la axila del conductor del Buick, accionó el gatillo
disparando toda la carga mortífera de su pistola. Herido de muerte su víctima se reclinó
exánime sobre el volante de su carro.
En
ese momento, todos los vehículos que estaban a su alrededor partieron raudos, pues
quienes los guiaban temieron por sus vidas y se pusieron a salvo.
Esta
circunstancia fue aprovechada por el pelón para tomar el volante de su coche y
partir a toda velocidad rumbo al sur de la ciudad. Nadie se atrevió a seguirlo. El agente de tránsito que en esos momentos
dirigía la circulación, se asustó tanto que se tiró al suelo al escuchar las
detonaciones: Era Filemón Elizalde González, placa 273.
Minutos
después de los hechos ocurridos, como el arco iris se presentaron algunos
policías uniformados, quienes hablaron por teléfono a la Octava Delegación, y
media hora después llegaba el Agente del Ministerio Público, licenciado Jorge
Carriedo Vesser, quien de inmediato inició la inspección ocular del lugar los
hechos, a efecto de levantar el acta correspondiente. La acompañante del conductor del Buick que
aún estaba exánime sobre el volante, al parecer ya muerto; dijo ser María
Guadalupe Manzano López, de origen español y que sostenía relaciones amorosas
con la víctima, que respondía al nombre de Armando Lepe Ruiz, que era el que
momentos antes había sido herido arteramente.
Los hermanos de Armando, que eran el Coronel Filemón y José Lepe Ruiz,
fueron avisados inmediatamente por teléfono, mismos que después se presentaron
al lugar de los hechos. Por un momento
alentaron la esperanza de que Armando estuviera aún con vida y en su propio
vehículo lo llevaron al hospital de la Cruz Roja que estaba a unos pasos, en
las calles de Monterrey; pero ahí los médicos de la noble institución
comprobaron que ya estaba muerto.
Entonces fue conducido al anfiteatro de la Octava Agencia Investigadora
del Ministerio Público, que se encuentra en la esquina de la Avenida Cuauhtémoc
y Obrero Mundial.
En
el interior del coche de Armando se encontraron dos casquillos de calibre 38,
eso daba una idea de la cercanía a que se hicieron los disparos.
El
cadáver fue examinado por los doctores Salvador Uribe y Ángel Tovar Michel,
quienes le apreciaron las siguientes heridas:
Una causada por proyectil de arma de fuego, con tatuaje de pólvora en la
axila izquierda, escoriaciones con tatuaje en la cara anterior del brazo
izquierdo; una herida en la cara posterior del hemotórax derecho, al nivel del
décimo espacio intercostal, y dos escoriaciones con tatuaje en el
hemotórax izquierdo; dictaminando además
que la muerte ocurrió instantes después de la agresión.
La
hermosa españolita, novia del occiso, declaró: “Nunca olvidaré el diabólico
rostro del desconocido que le disparó a Armando, lo hizo sin darle tiempo a
defenderse, de improviso y cuando Armando se había vuelto a platicar conmigo le
disparó a mansalva. Una de las balas me
rozó los dedos de la mano izquierda. No
me explico cómo no resulté muerta yo también”.
Todavía
dando muestras de gran nerviosismo y con los ojos llenos de lágrimas María
Guadalupe continuó su relato: “Iba con Armando por la Av. Insurgentes rumbo a
la casa de su mamá, pero en el trayecto ocurrió el cobarde asesinato, en la
forma ya descrita”
Pero
afortunadamente un testigo había tomado el número de las placas del coche del
asesino, así como sus características; el auto que tripulaba el asesino era de
color verde claro, convertible, y las placas eran número 76-115 del Distrito
Federal.
El
caso para su investigación fue turnado al Servicio Secreto que en ese entonces
jefaturaba el Coronel Silvestre Fernández Cervantes, uno de los mejores
detectives que ha tenido México, ya que hizo luz en crímenes rodeados de tanto
misterio envueltos en una niebla tan espesa que parecía imposible dar con los
asesinos. Tal fue el caso de los Villar
Lledías, en el que como se recordará, que cuando la anciana María Villar
Lledías ya estaba procesada y en prisión culpándola injustamente las
autoridades de haber maquinado el asesinato de sus ancianos hermanos para
quedarse ella con la cuantiosa herencia, él, Don Silvestre, habilísimo
investigador para quien nunca hubo crimen perfecto, para quien nunca en los
anales del crimen hubo misterio impenetrable, fue quien descubrió a los
verdaderos criminales presentándolos a la justicia y obteniendo así la libertad
de la anciana doña María; actuando en forma privada, pues ya no pertenecía a
ninguna corporación oficial.
Con
los datos obtenidos fueron comisionados dos agentes del Servicio Secreto a la
Dirección de Tránsito a efecto de averiguar quien era el propietario del auto, placas 76-115; pero nada se pudo
saber en virtud de que la Dirección de Tránsito en ese entonces no laboraba los
domingos. Por eso hasta las diez de la
noche de ese fatídico domingo 11 de mayo de 1952 seguía prófugo el asesino de
Armando Lepe, ya que ni siquiera se sabía quién era. No fue sino hasta el día siguiente, en las
primeras horas de la mañana, que Tránsito informó que las placas correspondían
al carro Plymouth modelo 51, convertible de color verde, el cual pertenecía a Higinio Sobera de la Flor, quien daba
como domicilio un despacho en el Edificio CIDOSA, (Compañía Industrial de Orizaba, S.A-) de las
calles de Uruguay 55 esquina con Isabel la Católica.
SE INICIAN LAS
INVESTIGACIONES
El
Coronel Fernández se presentó en el despacho 118 del Edificio CIDOSA, que
aparecía en el tarjetón de Tránsito, le informaron que Higinio Sobera de la
Flor no trabajaba allí, sino que había
dado esa dirección porque era el
despacho de su amigo David Benito. No
obstante un empleado les dio su dirección, vivía en las calles de Mérida, de la
Colonia Roma, pero no pudo proporcionar el número, explicando que nunca se
había fijado en él.
Así
las cosas acompañado por otros agentes se dedicaron a recorrer las calles de
Mérida de un extremo a otro por ambos lados, antes de dar con la casa de la familia
Sobera de la Flor. Al llamar a la
puerta, salió a abrir una señora de edad avanzada, pero jovial, sonriente y muy
amable, acompañada de una señorita que después supimos era su hija, a quien
nombraba Linda. Al preguntárseles si ahí
vivía el señor Higinio Sobera de la Flor, la ancianita nos contestó que sí y
que ella era su madre, pero que en esos momentos no estaba. Al parecer, por lo sonrientes y tranquilas,
era de suponerse que ignoraban lo ocurrido.
Al
informarles lo del crimen la señora sufrió una tremenda conmoción, palideció
intensamente y hubo que sostenerla amorosamente su hija Linda; esta última
permaneció tranquila, no obstante a sus hermosos ojos asomaban algunas
lágrimas.
Posteriormente,
dice el Coronel Fernández, supe que Linda sí sabía lo del crimen cometido por
su hermano Higinio; de ahí que haya permanecido más serena. Higinio le había platicado a su hermana el
incidente del domingo, en estos términos: “Le di de balazos a un tipo que se me
cerró y luego me injurió: Tú bien sabes que manejo muy bien la pistola; donde
pongo los ojos, pongo la bala; estoy seguro de haberlo matado”.
La
madre de Higinio, luego de haberse repuesto de la conmoción que le causó la
noticia, con palabras entrecortadas, nos dijo: “Higinio llegó el domingo alrededor
de las siete de la noche. Encerró el
coche en el garage y se dirigió a su habitación diciendo: “Tengo mucho sueño”,
lo cual nos extrañó mucho ya que padece de insomnio crónico. Ayer lunes se levantó de muy buen humor,
estuvo jugando con su gato”.
Ampliando
las investigaciones, se supo posteriormente, que la madre de Higinio mintió; él
no guardó el coche en su domicilio, sino en el garage “Nino”, de Mérida 14.
Como
ya se dijo, al otro día amaneció de muy buen humor, se bañó, se desayunó. Después de invitar a su madre a salir con él,
invitación que no aceptó, salió a la calle y se dirigió al garage “Nino”. Su madre entonces reflexionó y llegó a la
conclusión de que sería mejor ir con él.
Echó a correr en pos de él.
Entretanto él ya había llegado al garage, había abordado el vehículo y
echado a andar el motor. En eso se le
acercó el empleado Maximino González pidiéndole el importe de la pensión;
Higinio le contestó con una imprecación,
sacó la pistola y amenazó al empleado.
Quizá le hubiera dado muerte si en esos momento no llega su madre, quien
suplicante, con lágrimas en los ojos, abrazada a su hijo, impidió otro bestial
asesinato. No obstante, Higinio, con un
fuerte forcejeo se salió de los brazos amorosos de su anciana madre, a quien
también amenazó de muerte, y luego partió velozmente.
Así
transcurrió todo el día martes, sin que fuera posible la aprehensión de Sobera
de la Flor. Tan sólo se había logrado
obtenerse domicilio, pero en él no se encontraba. Su madre le dijo a los agentes que rara vez
llegaba a dormir a casa, ya que acostumbraba hacerlo en diferentes hoteles de
la ciudad.
Posteriormente
se supo que Higinio y sus familiares nunca se llevaron bien, tal vez a causa de
su peligrosa enfermedad que despertaba en él instintos cavernarios; por esto
fue que siempre lo mantuvieron a distancia, y por eso prendió en él la
costumbre de dormir en los hoteles, lejos del calor y el afecto familiar.
Mas
como ya los diarios había publicado ese día el retrato del asesino, mismo que
aparecía en la licencia de manejar, quizá fue por eso que como a las diez de la
noche estando el Coronel Fernández en su despacho, después de un día fatigoso
en extremo, recibió una llamada telefónica del doctor Rafael Bustamante León,
quien tenía su consultorio en Bolívar 52; le dijo conocer a Higinio, porque con
frecuencia ocurría a su consultorio para que le pusiera unas inyecciones.
Aún
cuando la hora le pareció ya indispuesta, en estos casos había que aprovechar
todas las horas, los minutos y los segundos de las 24 horas del día. El policía, nos dice, no debe contar las
horas que pasan, sino las horas aprovechadas.
Así que se presentó a esas horas con el médico, acompañado por el
Comandante Manuel Mendoza, quien les dijo: Conozco bastante a Higinio Sobera de
la Flor, porque viene con mucha frecuencia a mi consultorio. Tiene por costumbre inyectarse substancias
químicas que él mismo se receta, dizque para calmar sus nervios. Desde el punto de vista profesional, si las
inyecciones no son precisamente apropiadas para la enfermedad de Higinio,
tampoco contienen substancias que lo perjudiquen, por eso lo inyecto. También comentó que en ocasiones se enojaba,
cuando le cobraba la consulta, y se iba sin pagarle; pero que en una
subsecuente visita le cobraba lo que le debía y le pagaba sin chistar. .
El
médico agregó un dato importante; dijo que es un muchacho aparentemente inofensivo,
pero sumamente irritable por su mismo padecimiento y de ahí que resulte
sumamente peligroso, el que ande suelto a juicio de él, Higinio estaba loco, ya
que varias veces lo vio haciendo ademanes extraños y gesticular como si hablara
con alguien, estando completamente solo. También dijo que solía jugar con las
hormigas, poniéndoles cercos de piedras; en fin que notaba en él, cosas
verdaderamente raras, propias solamente de un orate. Yo creo –dijo el médico- que más responsable
que él, lo es su familia que le daba automóvil, pistola y lo dejaba caminar
libre en, la calle, cuando en realidad tenía que estar encerrado en un
manicomio, su obsesión es que las mujeres lo quieran mucho.
Al
inquirirle si sabía dónde se encontraba le dijo el médico al Coronel Fernández
que se hospedaba en el Hotel Isabel, mismo que se encuentra en la esquina de
Isabel la Católica y República de El Salvador.
Después
de agradecerle al doctor tan valiosos informes, se despidieron de el y se
decidió pasar de una buena vez al Hotel Isabel.
SIGUE LA BÚSQUEDA
La
noche se había echado encima, por el radio de la patrulla que conducía a don
Silvestre por las calles de México, estaba en constante comunicación con el Jefe de Grupo Alfonso García Limón y
varios otros agentes.
-Que
busquen en el Hotel Canadá...Que vayan a las Lomas...Que no se despeguen de frente a la casa de Mérida # 14, etc.,
indicaba continuamente por el radio Don Silvestre a sus hombres que tenían
puesto un cerco al asesino. No podía ser
que escapara. El Aeropuerto, las
estaciones ferroviarias o de camiones, estaban perfectamente vigiladas. En un garage de la Avenida Jalisco, de
Tacubaya, fue localizado el automóvil Plymouth placas 76-115. En ese lugar se informó que Higinio había
llegado a encerrar su automóvil por la mañana del lunes. Nadie sabía de quién era y cuando se presentó
la policía, no se tuvo el menor empacho
en dar todos los detalles que se conocían acerca del asesino.
El
jefe de Grupo Alfonso García Limón había
sacado el mayor número posible de datos del asesino. La fotografía de éste, tomada de su licencia
de conducir, había sido repartida a más de doscientos agentes.
SU PASO POR EL HOTEL ISABEL
El
encargado del hotel Enrique Méndez, al ser interrogado, le dio una versión
amplia sobre la peligrosidad de tal individuo:
-“Hace
muchos años don José Sobera hombre de negocios, caballero a carta cabal, llegó
a alojarse en este hotel con sus tres hijos: Luis, Higinio y Linda, pues según
se enteraron que don José había tenido una dificultad con su esposa y sus
cuatro hijastros. Don José murió hacía
cuatro años y un año después regresó Higinio pidiendo una habitación, que le fue
asignada en la azotea del edificio, sin servicios, por la cual pagaban sus
parientes ocho pesos diarios.
-
¿Quién pagaba la cuenta? Inquirió el
Coronel Fernández-
-Exactamente
no sé porque nunca fui a cobrarla, la mandaban pagar de la negociación CIDOSA
-Luego,
¿El ya no se hospeda en el hotel?
-No,
ya no, nos fue de imperiosa necesidad correrlo.
Un día en que estaba en sus momentos de locura peligrosa, el encargado
del hotel, Javier de Urdanivia, sin saberlo le cobró la cuenta. Sobera hecho un energúmeno trató de
ahorcarlo. Afortunadamente nosotros que
estábamos presentes, impedimos, no sin gran esfuerzo, que llevara a cabo sus
propósitos.
-
Tenemos la seguridad de que es un loco sumamente peligroso. Imagínese usted que un día amarró una lámpara
de pie con una reata, cambió el ropero al centro de su habitación. La cama la
hizo a un lado, y luego comenzó a jalar la cuerda, al tiempo que decía: “Así me
gusta, que mueras en mis manos pérfida mujer”... y luego reía a carcajadas,
estrepitosamente. Esto vieron y lo
escucharon muchas personas, que alarmadas dieron la queja a la dirección,
advirtiendo que si no se echaba a la calle a ese loco peligroso, ellas
abandonarían el hotel. En otras
ocasiones lo encontramos durmiendo en las escaleras, en el cuarto de calderas,
en la azotea, en fin, en muchos sitios.
Añade el entrevistado que Higinio pocas veces se ha emborrachado y
solamente se le ve encender cigarrillos continuamente.
AL SANATORIO “LA FLORESTA”
Los
detectives llegaron hasta el Sanatorio “La Floresta”, que aloja y da
tratamiento a enfermos mentales. Allí se
pudo saber que durante los meses de junio a septiembre de 1950, Higinio estuvo
internado a cargo del psiquiatra Alfonso León Garay, uno de los más conocidos
de México. Este les informó que desde el
año de 1948, más o menos, empezó a curar a Higinio, que presentaba síntomas de
nerviosidad aguda, notándole muchos errores de conducta, por lo que fue
sometido a un tratamiento narco.-análisis, o sea inyectarle pentothal sódico y
después interrogarlo para conocer sus problemas internos.
Desgraciadamente
y antes de que estuviera curado, Higinio se escapó del Sanatorio, pues tenía la
obsesión de “hacerse unas operaciones faciales”, las cuales en realidad le hizo
el doctor Mario del Río en la nariz y en las orejas.
El célebre reportero de Excélsior Ramírez de Aguijarle
hizo preguntas al doctor y le contestó: “Higinio está perfectamente inadaptado
al medio social que lo rodea, por la naturaleza de su enfermedad; pero se negó
a revelar cuál es dicha enfermedad. “Se
trata de un secreto profesional, solamente hablaré, en caso de que sea
requerido por una autoridad judicial”.
El
doctor Alfonso Millán, propietario del Sanatorio “La Floresta”, ayer mismo
envió al general Othón León Lobato, Jefe de la Policía, un certificado por
medio del cual le expresa que se trata de un enfermo mental que estuvo
curándose, pero que no llegó a sanar del todo.
Este certificado fue entregado al
jefe policíaco por el licenciado
Belisario Becerra, a nombre de los parientes de Higinio, para tratar de
demostrar que este es un irresponsable.
Otros
datos hicieron saber que Higinio se encontraba en Los Ángeles, California,
cuando murió su padre Don José, que había logrado reunir cerca de cinco
millones de pesos, de los cuales dos correspondías a José, y otros dos a
Higinio, así como uno a Luis. José se
volvió loco y entonces el dinero de este quedó a favor de Higinio, que debería
entrar en posesión del mismo al cumplir 21 años, siendo su albacea el
licenciado Brito Foucher. Se afirma que
solamente una parte recibía
diariamente Higinio, lo que provocaba
disgustos continuos, y cuando protestaba entonces se le compraba un automóvil,
ropa pues vestía elegantísimo, y casimires de los más finos, o bien se le
cumplía cualquier antojo, con lo que ya quedaba tranquilo.
LA APREHENSIÓN
El
día 13 por la mañana, nos continúa narrando el Coronel Fernández recibió un telefonema singular. “Al otro lado
del hilo telefónico hablaba una voz de mujer, quien en forma lacónica y
misteriosa, me dijo: “Higinio está hospedado en la Hotel Montejo, en el Paseo
de la Reforma”... Luego en forma brusca colgó sin darme tiempo a nada”-
Ese
mismo día se estaba velando en “Inhumaciones Alcázar” el cadáver del cumplido
agente Florencio Moreno, que falleciera a causa de una vieja dolencia. Por ese motivo, siendo jefe del Servicio
Secreto, yo tenía que estar en ese lugar con otros elementos de la corporación
para hacer las guardias de rigor ante el cadáver y acompañarlo a su última
morada; comisioné al Jefe de Grupo Alfonso García Limón, con los agentes Jorge
Uclave González, Rubén Gómez Tovar, Ignacio Pelayo Heredia y Jesús Cárdenas,
para que procedieran a la aprehensión del homicida de Armando Lepe Ruiz, quien
años antes había pertenecido a la corporación, a mis órdenes.
No
obstante, tratando de evitar al máximo una tragedia más, le di instrucciones en
el sentido de que no actuaran, hasta en tanto no llegara yo, y que tan sólo se
limitaran a vigilar que no huyera. a
dotación de granadas lacrimógenas, no sin explicarle cual era el motivo por lo
que pedía ese servicio y advirtiéndole
que al que enviara no debería actuar hasta que yo llegara. El comandante de esa corporación obsequió mis
deseos.
Apegándome
al axioma que reza que vale más maña que fuerza, mi plan consistía en lanzarle
a Higinio una o dos bombas lacrimógenas a través de una ventana y hacerlo salir
en esa forma. Por experiencia sabía que
nadie resiste los efectos de una de esas bombas encerrado en un cuarto.
Cuando
llegué al Hotel Montejo, sólo vi al granadero, quien respetuoso se puso a mis
órdenes, pero fuera de él no había nadie más del Servicio Secreto.
Intrigado
por el curso que hubieran tomado los acontecimientos pregunté si no habían
visto a algunos agentes del Servicio Secreto, contestándome que efectivamente
ahí habían estado unos policías que trataban de aprehender a un sujeto que oponía resistencia, pero que
finalmente habían logrado su aprehensión ya se lo había llevado.
Teniendo
en cuenta que en estos casos no debe descuidarse ningún detalle por
insignificante que parezca, hablé con el gerente del hotel, suplicándole que
nadie tocara nada del cuarto donde había estado Higinio, y que además ni
siquiera se hiciera el aseo. El gerente
no sólo accedió a mi súplica, sino que me dio la llave del cuarto, diciéndome:
“para mayor satisfacción de usted le entrego la llave del cuarto; así sólo
podrá entrar usted o la persona que designe, cuando quieran ampliar la
investigación”.
LA CAPTURA
Hagamos
una breve reseña sobre cómo fue aprehendido Sobera de la Flor. Estaba en el cuarto 108 del citado
hotel. Como presentía que sería buscado
por la policía, o tal vez porque le había llamado su hermana advirtiéndole que
habían ido a buscarlo a su casa estaba a la expectativa y vio desde la ventana
de su cuarto cuando llegaron las patrullas con elementos de la corporación para
detenerlo. Inmediatamente cerró la
puerta y la fortificó arrimándole el ropero, sillas y la cama; tomó su pistola
con la mano diestra su pistola y con la izquierda una caja con 41 cartuchos
útiles; - según se comprobó al recogérsela- Guiados por un empleado del hotel
los agentes llegaron a la habitación.
Llamaron a la puerta, dentro contestó una voz que exclamó: “Sí, pero no
abro a nadie”. . Entonces el empleado
abrió con la llave maestra, el agente González Uclave empujó la puerta poco a poco, porque los muebles con que
estaba atrancada impedían que se abriera de un solo impulso, pero poco a poco
la puerta fue abriéndose lo suficiente para que un hombre pudiese pasarla de
costado, se escuchó que Higinio cortaba cartucho a su pistola al tiempo que
gritaba: “Los que entren se mueren “Yo estoy dispuesto a matar a mucha gente”.
El
jefe de grupo García Limón, desde la ventana
le gritó varias veces: “Estas
rodeado por todas partes, es imposible que escapes...es preferible que te
entregues a nosotros, que somos de la policía”
El
agente González Uclave , con peligro de su vida, entró lentamente a la
habitación. Higinio seguía en el centro,
empuñando el arma. No hizo ningún
movimiento al ver al agente. Este le
pidió que escuchara unas palabras y le dijo que ellos eran sus amigos y que no
iban a hacerle ningún mal.
Mientras
hablaba, se acercó a Higinio. Este se le
quedó viendo. El momento fue aprovechado
por el agente Ramón Gómez Tovar, quien entró también en el cuarto. Este iba armado. Se acercó a Higinio y le puso el cañón en la espalda, al tiempo
que le decía: “Suelta la pistola” Lo
obedeció Higinio. Después de ello, fue cuando les preguntó si estaban
dispuestos a que muriera mucha gente.
Fue
llevado a la Jefatura de Policía, ante el coronel Silvestre Fernández. A poco de llegar, Higinio se puso de muy buen
humor y comenzó a charlar con todo el
mundo.
LA MADRE DEL ASESINO EN LA
JEFATURA DE POLICÍA
Parece
ser que alguien avisó a los pariente de Higinio, pues tanto la autora de sus
días como su hermana, inmediatamente se presentaron en la Jefatura de
Policía. Ambas lloraban amargamente.
La
anciana señora pedía que a su hijo lo trataran con cariño, pues era como un
niño, un niño enfermo que no sabe lo que ha hecho. Hacían inútiles esfuerzo por conseguir hablar
con Higinio. “Sí sólo quiero verlo,
convencerme de que está vivo...quiero saber que lo tienen sano y que nada le pasará,
para entrar en tranquilidad”, decía entre sollozos la anciana madre, al mismo
tiempo que imploraba clemencia al cielo.
-Tranquilízate
madre... nada le pasará, decía la hija a la anciana, al mismo tiempo que la
abrazaba tiernamente. Pero ésta no
entendía razones, corría por el pasillo de la Jefatura de Policía en busca de
su hijo. Finalmente se abrió la puerta
del despacho privado del Jefe del Servicio Secreto y la señora contempló a su hijo, riendo
tranquilo como si nunca hubiera cometido un delito, platicando con los
detectives y jugando entre sus manos con
su cachucha.
-Ya
me volvió el alma al cuerpo, dijo suspirando la señora que agradeció el que le
hubieran permitido ver a su hijo, aunque
fuera desde lejos. “Ahora trátenlo bien...
está enfermo... muy enfermo” Algunas
personas que estaban en el corredor de la Jefatura, esperando tratar algunos
asuntos, al escuchar las frases de la
madre de Higinio, comentaron: “¿Y porqué, si sabían que era un irresponsable,
un peligro para la Sociedad, lo dejaron suelto, con pistola y automóvil? Esta pregunta seguramente que nunca será
contestada, pero en el fondo, los parientes de Higinio se arrojarán la
responsabilidad del crimen cometido por éste.
La
madre de Higinio iba acompañada de su hija Linda, quien se negó a hablar con la
prensa. Al poco rato llegaron Luis y
Cristian, hermano y hermanastro de Higinio.
En
cierto momento, cuando Higinio era llevado al despacho del general León Lobato,
su madre se cruzó al paso del grupo de agentes, tomó la mano de su hijo y la
besó.
-¡Hijito!
Le dijo, con voz llena de ternura, di la verdad. Eso es lo único que te puede salvar. Y en lo sucesivo sé bueno, por favor.
Higinio
le hizo una caricia a su madre y siguió adelante. Fue la única vez que lo vio, ayer, pues
posteriormente fue conducido a los separos que tiene la Jefatura, en el
edificio de la sexta delegación.
El
reportero de El Universal, el Güero Téllez, le preguntó que porqué consintió en
que su hijo tuviera un coche, a lo que contestó que el médico que lo atendía se
lo recomendó, porque le tranquilizaba los nervios; que nunca tuvo accidentes,
pero le recordó que ya había tenido uno en la carretera a Toluca, cuando se fue
por pura puntada, para asustar a sus amigos pilotos, pero dijo que eso había
sido un mero accidente. También la inquirió qué porqué lo dejaba usar armas de
fuego, Jamás le vi una pistola, figúrese que no me gusta que los niños las
tengan de juguete. Como toda madre, excusa de todo a su hijo.
La
hermana Linda, entra a la conversación diciendo que su mamá tuvo la última
noche un ataque de parálisis. Pero ya fue atendida por el médico, pero jura que
su hermano es un enfermo, que tienen certificados médicos que lo afirman,
¡Pobrecito de Higinio! Termina diciendo en medio de sollozos y trata de
consolar a su angustiada madre que llora amargamente.
ALGUNOS CURIOSOS
Frente
al despacho de don Silvestre comenzaron a pararse hombres y mujeres ansiosos de
conocer al matador de Lepe Ruiz. Los más
variados comentarios se escucharon.
Mientras unos opinaban que estaban frente a un cínico, otros, en cambio,
lo compadecían, y no hubo pocos que hasta lo llamaran “lunático”, y hubo uno
que exclamó: “¡Qué tipo más grande eres Higinio!” después de haberlo visto con su sonrisa de idiota trataba de demostrar
que “obró en legítima defensa de su vida”
LA PERSONALIDAD DEL GENERAL
OTHÓN LEÓN LOBATO
Antes
de proseguir, nos dice Don Silvestre, estimo de justicia señalar un hecho muy
importante. En la época que esto
ocurrió, era jefe de la Policía del Distrito Federal, el general de división
don Othón León Lobato. El fue uno de los
jefes distinguidos que ha tenido la policía metropolitana.
Caballero
intachable, con ese don de gentes que siempre le caracterizó y que le hizo
ganarse todo el afecto, sin reservas, de los que con él colaboramos, y al decir
esto, me estoy refiriendo a toda la corporación.
Para
él, no había hora de labores, celoso en el delicado cometido que tenía de velar
por la seguridad ciudadana, siempre, a cualquier hora del día o de la noche,
estaba pendiente de los sucesos de la ciudad que directa o indirectamente
estuvieran ligados con las obligaciones de la corporación a su mando; todo esto
sin escatimar sacrificios de ninguna especie.
Por
eso cuando tuvo conocimiento de los lamentables sucesos en que perdiera la vida
Armando Lepe Ruiz, que, como ya se dijo, perteneció a la corporación, se
interesó en que se esclarecieran los hechos, se aprehendiera al culpable y se
consignara a las autoridades competentes, para que recibiera el castigo que su
alevoso crimen merecía.
HIGINIO PRESENTADO AL JEFE DE
LA POLICÍA.
En
cuanto Higinio fue aprehendido, el general Othón León Lobarto pidió que lo llevaran a su presencia. Al decirle a Higinio que sería llevado a
presencia del general, dibujó una sonrisa cínica y dijo: “Me estoy volviendo
muy importante”. Ya ante el general le
tiende la mano, al tiempo que le decía: “Soy su servidor”.
Sin
preámbulos el general le dice:
- ¿Sabe usted porqué
está detenido?
- -Sí, -le contestó
Higinio- porque maté a un tipo.
- Hágame una reseña exacta
de lo ocurrido para evitarme estarle preguntando
- Con todo gusto,
-contestó Higinio, y da principio a su versión-
- Iba sobre la Avenida
de los Insurgentes, y al llegar a Álvaro Obregón,
Cuando
se apagó el motor del carro, tuve que detenerme para volver a echarlo a andar,
y esto disgustó a un señor que iba en otro automóvil, atrás de mi. Con su
defensa le pegó a mi carro, tuve que detenerme para volver a echarlo a andar; y
esto disgustó a un señor que iba en otro automóvil, atrás de mi; y entonces nos
injuriamos los dos.
Seguí
mi ruta muy despacio, y él quiso pasarme por el lado derecho... pero no lo
dejé, entonces lo hizo por el lado izquierdo...
Cuando llegamos a las calles de Yucatán, nos tocó el alto y los dos
frenamos. Entonces él, me volvió a injuriar
llamándome “idiota”, yo le contesté sacando la pistola y apuntándole. La señora que iba junto a él, dio un grito...
y escuché que me dijo “payaso”, entonces él trato de meter mano a la cajuela para sacar su pistola... le disparé y lo
maté..eso fue todo.
- ¿Cómo sabía que iba a
sacar una pistola de la cajuela?-inquirió el general.
- Lo supuse únicamente.
- Tenía usted
intenciones de matarlo desde que sacó usted su pistola?
- Precisamente de
matarlo no, pero quería demostrarles que no era ni un idiota, ni un payaso,
como ellos me dijeron; y sobre todo traté de defender mi vida disparándole.
- ¿Y cuándo supo que lo
había matado?
- Inmediatamente, pues
le hice cuatro disparos a quemarropa. No podía fallar, soy experto en tiro de
pistola. Donde pongo el ojo, pongo la
bala.
- ¿Y luego que hizo?
- Huí en mi coche a
gran velocidad. Llegué a una calle donde
me tomé dos refrescos: una Coca Cola y un Sidral porque tenía mucha sed. De ahí me fui a pasear por Chapultepec como
lo hago diariamente, y después me fui a mi casa.
- ¿Platicó a alguien lo
ocurrido?
- ¡Cómo no! A mi madre y a mi hermana... les dije que
había tenido un incidente con un individuo al que había matado.
- ¿Suponía que la
policía lo detendría?
- Nunca me lo imaginé,
pues como me fui del lugar rápidamente no creí que me fueran a reconocer algún
día.
- (En eso le hace notar
que alguien apuntó el número de sus placas)
- En eso no pensé
- ¿Usted trabaja?
- No señor, no tengo
necesidad.
- ¿De qué vive
entonces?
- De mis rentas, de lo
que mi padre me dejó, no tengo necesidad de trabajar y menos estando enfermo
como estoy, que no puedo concentrarme en nada absolutamente que por tanto nada
puedo hacer.
Esta entrevista fue en presencia del coronel don
Silvestre Fernández C., a quien le dijo el general: “Ahora usted hágale las
preguntas que estime pertinentes, allá en los separos.
Al coronel Fernández le intrigaba bastante el
hecho de que Higinio tuviera grandes manchas de sangre en el pantalón. Esto, era sumamente extraño, pues al matar a
Lepe Ruiz el domingo por la mañana, lo hizo de carro a carro y era imposible
que le hubiera salpicado la sangre en el pantalón. Además, su madre y su hermana me habían dicho
que el lunes por la mañana se había bañado y cambiado de ropa. Luego había que ahondar ese aspecto. ¿La
sangre de dónde provenía? Con esa duda
en mi mente, le pregunté:
-¿La sangre que tiene usted en el pantalón de
dónde proviene?
A lo que él respondió sin inmutarse:
-Ayer por la mañana salí de mi casa para ir a
Chapultepec. Dejé el carro en un garage de Tacubaya, y luego me fui
caminando, cuando de pronto noté que un desconocido me veía feo y me decía algo
entre dientes. Le pregunté que qué me
había dicho y me contestó que nada absolutamente. Pero como yo andaba muy nervioso, saqué mi
pistola y le di dos cañonazos con ella, uno en la cabeza y otro en la
cara. Se sangró mucho y... me manchó...
luego me pidió perdón y se fue corriendo.
No sé quién haya sido, ni sé dónde estará ahora.
-¿Es verdad que tuvo un disgusto con el
encargado del garaje .”Nino”, de Mérida 14, señor Maximino Manuel González?
- Sí, es cierto, porque no había lavado el
carro... pero nada más lo asusté con la pistola y luego me fui. No pasó nada... ustedes saben que en México
hay muchos bravucones y que hay muchos pleitos diariamente. Luego hay que andar muy abusado, porque si
no, lo matan a uno primero.
-¿Usted le tiene miedo a la muerte?
-¡Miedo no!
Pero no quiero que alguien me mate.
Primero he de matar a todos los que pueda antes de dejarme matar. Miren ustedes si no es grandioso que muchos
policías armados hasta los dientes hayan ido a aprehenderme. Pero no pasó nada. ¡Yo no soy de peligro!
A partir
de ese momento y durante unos cinco minutos habla incoherencias. Sus manos se agitan nerviosamente, gesticula,
hace señas como si viera a alguien, saca una pipa, la llena de tabaco
inglés. Luego saca una cajetilla de
cigarros, toma uno y cuando parece que lo va a encender, lo tira y sigue con la
pipa.
Afirma que su vida es completamente normal, como
la de cualquier ser humano, que no es alcohólico y que no es drogadicto. Dice que estuvo en Los Ángeles estudiando
inglés y otras materias, pero que el estudio le causa fastidio, nunca le ha
gustado.
Dice que su padre era originario de España,
inmensamente rico, ya que era propietario de la fábrica de Ron “Pizá”
-¿Le gusta el pleito?
-Antes sí, pero ahora me he compuesto mucho.
-Entonces, ya debe haber matado a algunas otras
personas.
-Pues no recuerdo bien cuántas, pero sí, ya he
matado a algunas.
-¿Siempre usa pistola?
-¡Siempre!,
Pues si no la lleva uno, lo matan cuando menos lo espera.
Se le muestra una pistola española “Llama”
calibre 380, que reconoce de inmediato, y dice:
-¡Esa es mía!
Sí señor. Con esta lo maté.
Cuando la tiene en sus manos descargada, la
maneja con habilidad, dando muestras de ser un experto en el uso de armas.
Luego simula disparar en la misma forma que lo
hizo en contra de Armando.
-¿De qué vive?
-De mis rentas, mi padre me dejó una inmensa
fortuna, y además estoy enfermo, no puedo concentrarme en nada absolutamente,
por lo tanto nada puedo hacer.
-Se sabe que usted tuvo un accidente hace tres
meses ¿Cómo ocurrió ello?
-Los hechos sucedieron en la carretera a
Toluca. Fui a un baile con unos pilotos
aviadores amigos míos. Nos emborrachamos
y a la salida abordamos mi auto nuevecito, pero que andaba mal de las luces, y
en el kilómetro 17, de pronto se me ocurrió probar los nervios de los pilotos,
quería ver qué tan buenos eran para volar, y por supuesto, yo también quería
probar las emociones de volar en un
automóvil. Guiaba a gran velocidad y
entraba a una curva pronunciada. Me
seguí de frente... volamos por los aires, fuimos a dar a una barranca. El automóvil quedó hecho papilla, nosotros sacamos algunos golpes,
contusiones, raspones y una que otra fractura, pero nada más.
Vuelve a reír como un orate y se da por
terminada la plática con ese ser de mente retorcida.
SE IDENTIFICA PLENAMENTE AL
ASESINO
En
su casa de las calles de Anaxágoras, vestida toda de negro, se encuentra la
señora María Guadalupe Manzano López, la amiga de Armando Lepe Ruiz, que lo
acompañaba en el momento de ser éste asesinado.
El Güero Téllez, el hábil reportero de El Universal, la entrevistó.
-¿Podría
usted reconocer por esta fotografía al asesino de Lepe?
Mira
atenta el retrato que se le muestra y rápidamente exclama: Es él. ¿Dónde está
para verlo bien y decirle en su cara lo asesino que es?
Se
le dice que ya será citada por la policía para oque lo identifique, y esto la
calma.
Luego
vuelve a repetirle la forma como se registraron los hechos, aclarando que si en
un principio dijo que se trataba de un hombre calvo como de 35 ó 40 años de
edad, se debió exclusivamente a su nerviosidad del momento.-
-No
es posible que si usted ve una pistola que escupe fuego, que pone en peligro su
vida, pueda fijarse en todos los detalles del asesino, pero este es, no me cabe
la menor duda. ¿Ya lo agarraron? Por favor que se haga justicia. Armando desde su tumba lo está pidiendo.
Pasados
unos instantes, María Guadalupe, la guapa españolita amiga de Lepe Ruiz, grita: El también tiene una madre, una mujer anciana
que está llorando la pérdida de su hijo, pérdida irreparable –refiriéndose a la
anciana madre de Higinio que está pidiendo clemencia, según ha leído en el
periódico El Universal.
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