martes, 25 de noviembre de 2014

HIGINIO SOBERA DE LA FLOR - Maniático y Degenerado Asesino

ARTERO ASESINATO DEL CAPITÁN LEPE.

Era una mañana asoleada del domingo 11 de mayo de 1952, como a las 9;
un individuo como de 35 años de edad, de rostro cetrino, pelado al rape, de mirada siniestra  y con evidentes signos de nerviosidad, guiaba su convertible a gran velocidad, por  la Avenido de los Insurgentes. El pie impulsando al fondo el pedal del acelerador, sus huesudas manos aferradas al volante tratando de rebasar imprudentemente a los coches que van adelante.  A la vista se aprecia que es el clásico “junior millonario”, que por el hecho de serlo se cree con derecho a que todo mundo le ceda el paso para que él,  prosiga con su vertiginosa carrera.-

Raudo en su carrera, nuestro imprudente personaje rebasa a un Buick casi  rozándolo, pero al llegar a la esquina el semáforo marca “Alto”; momentos después que a él le parecen siglos se enciende la luz verde; pero entretenido en encender un cigarrillo no arranca; entonces el conductor del Buick que acaba de rebasar hace sonar su bocina, esto molesta al junior y en represalia, parte a vuelta de rueda, cerrándole el paso intencionalmente  al carro que lleva atrás.  Por esta causa hay una discusión; el pelón emplea palabras soeces sin mostrar ningún respeto a la dama que acompaña al conductor del otro carro; así llegan a la siguiente esquina, de Insurgentes y Yucatán,  en la que también el semáforo marca “Alto”; los carros quedan, usando términos marinos “al pairo”, casi unidos por sus costados, el pelón increpa nuevamente al que maneja el carro Buick, gesticula amenazante; el otro conductor calla prudentemente, no le hace caso; esto enfurece más al pelón, quien asomándose por la ventanilla de su convertible, lo desafía, le lanza insultos léperos de los que ofenden la dignidad del hombre; pero por toda respuesta el del Buick le dice: “Ya cállate, loco”

Esto enfureció en alto grado al junior pelón, que apretó la boca, rechinó los dientes, palideció, sus ojos despidieron relámpagos de ira, y ágil como un felino abrió la cajuela de guantes de la que sacó una pistola escuadra, con habilidad de tirador experto cortó cartucho, y sacando su larga mano simiesca hasta casi meter el arma en la axila del conductor del Buick, accionó el gatillo disparando toda la carga mortífera de su pistola.  Herido de muerte su víctima se reclinó exánime sobre el volante de su carro.

En ese momento, todos los vehículos que estaban a su alrededor partieron raudos, pues quienes los guiaban temieron por sus vidas y se pusieron a salvo.

Esta circunstancia fue aprovechada por el pelón para tomar el volante de su coche y partir a toda velocidad rumbo al sur de la ciudad.  Nadie se atrevió a seguirlo.  El agente de tránsito que en esos momentos dirigía la circulación, se asustó tanto que se tiró al suelo al escuchar las detonaciones: Era Filemón Elizalde González, placa 273.

Minutos después de los hechos ocurridos, como el arco iris se presentaron algunos policías uniformados, quienes hablaron por teléfono a la Octava Delegación, y media hora después llegaba el Agente del Ministerio Público, licenciado Jorge Carriedo Vesser, quien de inmediato inició la inspección ocular del lugar los hechos, a efecto de levantar el acta correspondiente.  La acompañante del conductor del Buick que aún estaba exánime sobre el volante, al parecer ya muerto; dijo ser María Guadalupe Manzano López, de origen español y que sostenía relaciones amorosas con la víctima, que respondía al nombre de Armando Lepe Ruiz, que era el que momentos antes había sido herido arteramente.  Los hermanos de Armando, que eran el Coronel Filemón y José Lepe Ruiz, fueron avisados inmediatamente por teléfono, mismos que después se presentaron al lugar de los hechos.  Por un momento alentaron la esperanza de que Armando estuviera aún con vida y en su propio vehículo lo llevaron al hospital de la Cruz Roja que estaba a unos pasos, en las calles de Monterrey; pero ahí los médicos de la noble institución comprobaron que ya estaba muerto.  Entonces fue conducido al anfiteatro de la Octava Agencia Investigadora del Ministerio Público, que se encuentra en la esquina de la Avenida Cuauhtémoc y Obrero Mundial.

En el interior del coche de Armando se encontraron dos casquillos de calibre 38, eso daba una idea de la cercanía a que se hicieron los disparos.

El cadáver fue examinado por los doctores Salvador Uribe y Ángel Tovar Michel, quienes le apreciaron las siguientes heridas:  Una causada por proyectil de arma de fuego, con tatuaje de pólvora en la axila izquierda, escoriaciones con tatuaje en la cara anterior del brazo izquierdo; una herida en la cara posterior del hemotórax derecho, al nivel del décimo espacio intercostal, y dos escoriaciones con tatuaje en el hemotórax  izquierdo; dictaminando además que la muerte ocurrió instantes después de la agresión.

La hermosa españolita, novia del occiso, declaró: “Nunca olvidaré el diabólico rostro del desconocido que le disparó a Armando, lo hizo sin darle tiempo a defenderse, de improviso y cuando Armando se había vuelto a platicar conmigo le disparó a mansalva.  Una de las balas me rozó los dedos de la mano izquierda.  No me explico cómo no resulté muerta yo también”.

Todavía dando muestras de gran nerviosismo y con los ojos llenos de lágrimas María Guadalupe continuó su relato: “Iba con Armando por la Av. Insurgentes rumbo a la casa de su mamá, pero en el trayecto ocurrió el cobarde asesinato, en la forma ya descrita”

Pero afortunadamente un testigo había tomado el número de las placas del coche del asesino, así como sus características; el auto que tripulaba el asesino era de color verde claro, convertible, y las placas eran número 76-115 del Distrito Federal.

El caso para su investigación fue turnado al Servicio Secreto que en ese entonces jefaturaba el Coronel Silvestre Fernández Cervantes, uno de los mejores detectives que ha tenido México, ya que hizo luz en crímenes rodeados de tanto misterio envueltos en una niebla tan espesa que parecía imposible dar con los asesinos.  Tal fue el caso de los Villar Lledías, en el que como se recordará, que cuando la anciana María Villar Lledías ya estaba procesada y en prisión culpándola injustamente las autoridades de haber maquinado el asesinato de sus ancianos hermanos para quedarse ella con la cuantiosa herencia, él, Don Silvestre, habilísimo investigador para quien nunca hubo crimen perfecto, para quien nunca en los anales del crimen hubo misterio impenetrable, fue quien descubrió a los verdaderos criminales presentándolos a la justicia y obteniendo así la libertad de la anciana doña María; actuando en forma privada, pues ya no pertenecía a ninguna corporación oficial.

Con los datos obtenidos fueron comisionados dos agentes del Servicio Secreto a la Dirección de Tránsito a efecto de averiguar quien era el propietario  del auto, placas 76-115; pero nada se pudo saber en virtud de que la Dirección de Tránsito en ese entonces no laboraba los domingos.  Por eso hasta las diez de la noche de ese fatídico domingo 11 de mayo de 1952 seguía prófugo el asesino de Armando Lepe, ya que ni siquiera se sabía quién era.  No fue sino hasta el día siguiente, en las primeras horas de la mañana, que Tránsito informó que las placas correspondían al carro Plymouth modelo 51, convertible de color verde, el cual pertenecía a Higinio Sobera de la Flor, quien daba como domicilio un despacho en el Edificio CIDOSA,  (Compañía Industrial de Orizaba, S.A-) de las calles de Uruguay 55 esquina con Isabel la Católica.


SE INICIAN LAS INVESTIGACIONES

El Coronel Fernández se presentó en el despacho 118 del Edificio CIDOSA, que aparecía en el tarjetón de Tránsito, le informaron que Higinio Sobera de la Flor  no trabajaba allí, sino que había dado esa dirección  porque era el despacho de su amigo David Benito.  No obstante un empleado les dio su dirección, vivía en las calles de Mérida, de la Colonia Roma, pero no pudo proporcionar el número, explicando que nunca se había fijado en él.

Así las cosas acompañado por otros agentes se dedicaron a recorrer las calles de Mérida de un extremo a otro por ambos lados, antes de dar con la casa de la familia Sobera de la Flor.  Al llamar a la puerta, salió a abrir una señora de edad avanzada, pero jovial, sonriente y muy amable, acompañada de una señorita que después supimos era su hija, a quien nombraba Linda.  Al preguntárseles si ahí vivía el señor Higinio Sobera de la Flor, la ancianita nos contestó que sí y que ella era su madre, pero que en esos momentos no estaba.  Al parecer, por lo sonrientes y tranquilas, era de suponerse que ignoraban lo ocurrido.

Al informarles lo del crimen la señora sufrió una tremenda conmoción, palideció intensamente y hubo que sostenerla amorosamente su hija Linda; esta última permaneció tranquila, no obstante a sus hermosos ojos asomaban algunas lágrimas.

Posteriormente, dice el Coronel Fernández, supe que Linda sí sabía lo del crimen cometido por su hermano Higinio; de ahí que haya permanecido más serena.  Higinio le había platicado a su hermana el incidente del domingo, en estos términos: “Le di de balazos a un tipo que se me cerró y luego me injurió: Tú bien sabes que manejo muy bien la pistola; donde pongo los ojos, pongo la bala; estoy seguro de haberlo matado”.

La madre de Higinio, luego de haberse repuesto de la conmoción que le causó la noticia, con palabras entrecortadas, nos dijo: “Higinio llegó el domingo alrededor de las siete de la noche.  Encerró el coche en el garage y se dirigió a su habitación diciendo: “Tengo mucho sueño”, lo cual nos extrañó mucho ya que padece de insomnio crónico.  Ayer lunes se levantó de muy buen humor, estuvo jugando con su gato”.

Ampliando las investigaciones, se supo posteriormente, que la madre de Higinio mintió; él no guardó el coche en su domicilio, sino en el garage “Nino”, de Mérida 14.

Como ya se dijo, al otro día amaneció de muy buen humor, se bañó, se desayunó.  Después de invitar a su madre a salir con él, invitación que no aceptó, salió a la calle y se dirigió al garage “Nino”.  Su madre entonces reflexionó y llegó a la conclusión de que sería mejor ir con él.  Echó a correr en pos de él.  Entretanto él ya había llegado al garage, había abordado el vehículo y echado a andar el motor.  En eso se le acercó el empleado Maximino González pidiéndole el importe de la pensión; Higinio le contestó  con una imprecación, sacó la pistola y amenazó al empleado.  Quizá le hubiera dado muerte si en esos momento no llega su madre, quien suplicante, con lágrimas en los ojos, abrazada a su hijo, impidió otro bestial asesinato.  No obstante, Higinio, con un fuerte forcejeo se salió de los brazos amorosos de su anciana madre, a quien también amenazó de muerte, y luego partió velozmente.

Así transcurrió todo el día martes, sin que fuera posible la aprehensión de Sobera de la Flor.  Tan sólo se había logrado obtenerse domicilio, pero en él no se encontraba.  Su madre le dijo a los agentes que rara vez llegaba a dormir a casa, ya que acostumbraba hacerlo en diferentes hoteles de la ciudad.

Posteriormente se supo que Higinio y sus familiares nunca se llevaron bien, tal vez a causa de su peligrosa enfermedad que despertaba en él instintos cavernarios; por esto fue que siempre lo mantuvieron a distancia, y por eso prendió en él la costumbre de dormir en los hoteles, lejos del calor y el afecto familiar.

Mas como ya los diarios había publicado ese día el retrato del asesino, mismo que aparecía en la licencia de manejar, quizá fue por eso que como a las diez de la noche estando el Coronel Fernández en su despacho, después de un día fatigoso en extremo, recibió una llamada telefónica del doctor Rafael Bustamante León, quien tenía su consultorio en Bolívar 52; le dijo conocer a Higinio, porque con frecuencia ocurría a su consultorio para que le pusiera unas inyecciones.

Aún cuando la hora le pareció ya indispuesta, en estos casos había que aprovechar todas las horas, los minutos y los segundos de las 24 horas del día.  El policía, nos dice, no debe contar las horas que pasan, sino las horas aprovechadas.  Así que se presentó a esas horas con el médico, acompañado por el Comandante Manuel Mendoza, quien les dijo: Conozco bastante a Higinio Sobera de la Flor, porque viene con mucha frecuencia a mi consultorio.  Tiene por costumbre inyectarse substancias químicas que él mismo se receta, dizque para calmar sus nervios.  Desde el punto de vista profesional, si las inyecciones no son precisamente apropiadas para la enfermedad de Higinio, tampoco contienen substancias que lo perjudiquen, por eso lo inyecto.  También comentó que en ocasiones se enojaba, cuando le cobraba la consulta, y se iba sin pagarle; pero que en una subsecuente visita le cobraba lo que le debía y le pagaba sin chistar. .

El médico agregó un dato importante; dijo que es un muchacho aparentemente inofensivo, pero sumamente irritable por su mismo padecimiento y de ahí que resulte sumamente peligroso, el que ande suelto a juicio de él, Higinio estaba loco, ya que varias veces lo vio haciendo ademanes extraños y gesticular como si hablara con alguien, estando completamente solo. También dijo que solía jugar con las hormigas, poniéndoles cercos de piedras; en fin que notaba en él, cosas verdaderamente raras, propias solamente de un orate.  Yo creo –dijo el médico- que más responsable que él, lo es su familia que le daba automóvil, pistola y lo dejaba caminar libre en, la calle, cuando en realidad tenía que estar encerrado en un manicomio,  su obsesión  es que las mujeres lo quieran mucho.

Al inquirirle si sabía dónde se encontraba le dijo el médico al Coronel Fernández que se hospedaba en el Hotel Isabel, mismo que se encuentra en la esquina de Isabel la Católica y República de El Salvador.

Después de agradecerle al doctor tan valiosos informes, se despidieron de el y se decidió pasar de una buena vez al Hotel Isabel.


SIGUE LA BÚSQUEDA

La noche se había echado encima, por el radio de la patrulla que conducía a don Silvestre por las calles de México, estaba en constante comunicación  con el Jefe de Grupo Alfonso García Limón y varios otros agentes.

-Que busquen en el Hotel Canadá...Que vayan a las Lomas...Que no se despeguen  de frente a la casa de Mérida # 14, etc., indicaba continuamente por el radio Don Silvestre a sus hombres que tenían puesto un cerco al asesino.  No podía ser que escapara.  El Aeropuerto, las estaciones ferroviarias o de camiones, estaban perfectamente vigiladas.  En un garage de la Avenida Jalisco, de Tacubaya, fue localizado el automóvil Plymouth placas 76-115.  En ese lugar se informó que Higinio había llegado a encerrar su automóvil por la mañana del lunes.  Nadie sabía de quién era y cuando se presentó la policía, no se tuvo el menor empacho  en dar todos los detalles que se conocían  acerca del asesino.

El jefe de Grupo Alfonso García Limón  había sacado el mayor número posible de datos del asesino.  La fotografía de éste, tomada de su licencia de conducir, había sido repartida a más de doscientos agentes.

SU PASO POR EL HOTEL ISABEL

El encargado del hotel Enrique Méndez, al ser interrogado, le dio una versión amplia sobre la peligrosidad de tal individuo:
-“Hace muchos años don José Sobera hombre de negocios, caballero a carta cabal, llegó a alojarse en este hotel con sus tres hijos: Luis, Higinio y Linda, pues según se enteraron que don José había tenido una dificultad con su esposa y sus cuatro hijastros.  Don José murió hacía cuatro años y un año después regresó Higinio pidiendo una habitación, que le fue asignada en la azotea del edificio, sin servicios, por la cual pagaban sus parientes ocho pesos diarios.
- ¿Quién pagaba la cuenta?  Inquirió el Coronel Fernández-
-Exactamente no sé porque nunca fui a cobrarla, la mandaban pagar de la negociación CIDOSA
-Luego, ¿El ya no se hospeda en el hotel? 
-No, ya no, nos fue de imperiosa necesidad correrlo.  Un día en que estaba en sus momentos de locura peligrosa, el encargado del hotel, Javier de Urdanivia, sin saberlo le cobró la cuenta.  Sobera hecho un energúmeno trató de ahorcarlo.  Afortunadamente nosotros que estábamos presentes, impedimos, no sin gran esfuerzo, que llevara a cabo sus propósitos.
- Tenemos la seguridad de que es un loco sumamente peligroso.  Imagínese usted que un día amarró una lámpara de pie con una reata, cambió el ropero al centro de su habitación. La cama la hizo a un lado, y luego comenzó a jalar la cuerda, al tiempo que decía: “Así me gusta, que mueras en mis manos pérfida mujer”... y luego reía a carcajadas, estrepitosamente.  Esto vieron y lo escucharon muchas personas, que alarmadas dieron la queja a la dirección, advirtiendo que si no se echaba a la calle a ese loco peligroso, ellas abandonarían el hotel.  En otras ocasiones lo encontramos durmiendo en las escaleras, en el cuarto de calderas, en la azotea, en fin, en muchos sitios.   Añade el entrevistado que Higinio pocas veces se ha emborrachado y solamente se le ve encender cigarrillos continuamente.

AL SANATORIO  “LA FLORESTA”

Los detectives llegaron hasta el Sanatorio “La Floresta”, que aloja y da tratamiento a enfermos mentales.  Allí se pudo saber que durante los meses de junio a septiembre de 1950, Higinio estuvo internado a cargo del psiquiatra Alfonso León Garay, uno de los más conocidos de México.  Este les informó que desde el año de 1948, más o menos, empezó a curar a Higinio, que presentaba síntomas de nerviosidad aguda, notándole muchos errores de conducta, por lo que fue sometido a un tratamiento narco.-análisis, o sea inyectarle pentothal sódico y después interrogarlo para conocer sus problemas internos.

Desgraciadamente y antes de que estuviera curado, Higinio se escapó del Sanatorio, pues tenía la obsesión de “hacerse unas operaciones faciales”, las cuales en realidad le hizo el doctor Mario del Río en la nariz y en las orejas.

El  célebre reportero de Excélsior Ramírez de Aguijarle hizo preguntas al doctor y le contestó: “Higinio está perfectamente inadaptado al medio social que lo rodea, por la naturaleza de su enfermedad; pero se negó a revelar cuál es dicha enfermedad.  “Se trata de un secreto profesional, solamente hablaré, en caso de que sea requerido por una autoridad judicial”.

El doctor Alfonso Millán, propietario del Sanatorio “La Floresta”, ayer mismo envió al general Othón León Lobato, Jefe de la Policía, un certificado por medio del cual le expresa que se trata de un enfermo mental que estuvo curándose, pero que no llegó a sanar del todo.  Este certificado fue entregado  al jefe policíaco  por el licenciado Belisario Becerra, a nombre de los parientes de Higinio, para tratar de demostrar que este es un irresponsable.

Otros datos hicieron saber que Higinio se encontraba en Los Ángeles, California, cuando murió su padre Don José, que había logrado reunir cerca de cinco millones de pesos, de los cuales dos correspondías a José, y otros dos a Higinio, así como uno a Luis.  José se volvió loco y entonces el dinero de este quedó a favor de Higinio, que debería entrar en posesión del mismo al cumplir 21 años, siendo su albacea el licenciado Brito Foucher.  Se afirma que solamente una parte  recibía diariamente  Higinio, lo que provocaba disgustos continuos, y cuando protestaba entonces se le compraba un automóvil, ropa pues vestía elegantísimo, y casimires de los más finos, o bien se le cumplía cualquier antojo, con lo que ya quedaba tranquilo.

LA APREHENSIÓN

El día 13 por la mañana, nos continúa narrando  el Coronel Fernández  recibió un telefonema singular. “Al otro lado del hilo telefónico hablaba una voz de mujer, quien en forma lacónica y misteriosa, me dijo: “Higinio está hospedado en la Hotel Montejo, en el Paseo de la Reforma”... Luego en forma brusca colgó sin darme tiempo a nada”-


Ese mismo día se estaba velando en “Inhumaciones Alcázar” el cadáver del cumplido agente Florencio Moreno, que falleciera a causa de una vieja dolencia.  Por ese motivo, siendo jefe del Servicio Secreto, yo tenía que estar en ese lugar con otros elementos de la corporación para hacer las guardias de rigor ante el cadáver y acompañarlo a su última morada; comisioné al Jefe de Grupo Alfonso García Limón, con los agentes Jorge Uclave González, Rubén Gómez Tovar, Ignacio Pelayo Heredia y Jesús Cárdenas, para que procedieran a la aprehensión del homicida de Armando Lepe Ruiz, quien años antes había pertenecido a la corporación, a mis órdenes.

No obstante, tratando de evitar al máximo una tragedia más, le di instrucciones en el sentido de que no actuaran, hasta en tanto no llegara yo, y que tan sólo se limitaran a vigilar que no huyera.  a dotación de granadas lacrimógenas, no sin explicarle cual era el motivo por lo que pedía ese servicio  y advirtiéndole que al que enviara no debería actuar hasta que yo llegara.  El comandante de esa corporación obsequió mis deseos. 

Apegándome al axioma que reza que vale más maña que fuerza, mi plan consistía en lanzarle a Higinio una o dos bombas lacrimógenas a través de una ventana y hacerlo salir en esa forma.  Por experiencia sabía que nadie resiste los efectos de una de esas bombas encerrado en un cuarto.

Cuando llegué al Hotel Montejo, sólo vi al granadero, quien respetuoso se puso a mis órdenes, pero fuera de él no había nadie más del Servicio Secreto.

Intrigado por el curso que hubieran tomado los acontecimientos pregunté si no habían visto a algunos agentes del Servicio Secreto, contestándome que efectivamente ahí habían estado unos policías que trataban de aprehender  a un sujeto que oponía resistencia, pero que finalmente habían logrado su aprehensión ya se lo había llevado.

Teniendo en cuenta que en estos casos no debe descuidarse ningún detalle por insignificante que parezca, hablé con el gerente del hotel, suplicándole que nadie tocara nada del cuarto donde había estado Higinio, y que además ni siquiera se hiciera el aseo.  El gerente no sólo accedió a mi súplica, sino que me dio la llave del cuarto, diciéndome: “para mayor satisfacción de usted le entrego la llave del cuarto; así sólo podrá entrar usted o la persona que designe, cuando quieran ampliar la investigación”.

LA CAPTURA

Hagamos una breve reseña sobre cómo fue aprehendido Sobera de la Flor.  Estaba en el cuarto 108 del citado hotel.  Como presentía que sería buscado por la policía, o tal vez porque le había llamado su hermana advirtiéndole que habían ido a buscarlo a su casa estaba a la expectativa y vio desde la ventana de su cuarto cuando llegaron las patrullas con elementos de la corporación para detenerlo.  Inmediatamente cerró la puerta y la fortificó arrimándole el ropero, sillas y la cama; tomó su pistola con la mano diestra su pistola y con la izquierda una caja con 41 cartuchos útiles; - según se comprobó al recogérsela- Guiados por un empleado del hotel los agentes llegaron a la habitación.  Llamaron a la puerta, dentro contestó una voz que exclamó: “Sí, pero no abro a nadie”. .  Entonces el empleado abrió con la llave maestra, el agente González Uclave empujó la puerta  poco a poco, porque los muebles con que estaba atrancada impedían que se abriera de un solo impulso, pero poco a poco la puerta fue abriéndose lo suficiente para que un hombre pudiese pasarla de costado, se escuchó que Higinio cortaba cartucho a su pistola al tiempo que gritaba: “Los que entren se mueren “Yo estoy dispuesto a matar a mucha gente”.

El jefe de grupo García Limón, desde la ventana  le gritó varias veces:   “Estas rodeado por todas partes, es imposible que escapes...es preferible que te entregues a nosotros, que somos de la policía”

El agente González Uclave , con peligro de su vida, entró lentamente a la
habitación.  Higinio seguía en el centro, empuñando el arma.  No hizo ningún movimiento al ver al agente.  Este le pidió que escuchara unas palabras y le dijo que ellos eran sus amigos y que no iban a hacerle ningún mal. 

Mientras hablaba, se acercó a Higinio.  Este se le quedó viendo.  El momento fue aprovechado por el agente Ramón Gómez Tovar, quien entró también en el cuarto.  Este iba armado.  Se acercó a Higinio  y le puso el cañón en la espalda, al tiempo que le decía: “Suelta la pistola”  Lo obedeció Higinio. Después de ello, fue cuando les preguntó si estaban dispuestos a que muriera mucha gente.

Fue llevado a la Jefatura de Policía, ante el coronel Silvestre Fernández.  A poco de llegar, Higinio se puso de muy buen humor y comenzó a charlar con todo el
mundo.

LA MADRE DEL ASESINO EN LA JEFATURA DE POLICÍA

Parece ser que alguien avisó a los pariente de Higinio, pues tanto la autora de sus días como su hermana, inmediatamente se presentaron en la Jefatura de Policía.  Ambas lloraban amargamente.

La anciana señora pedía que a su hijo lo trataran con cariño, pues era como un niño, un niño enfermo que no sabe lo que ha hecho.  Hacían inútiles esfuerzo por conseguir hablar con Higinio.  “Sí sólo quiero verlo, convencerme de que está vivo...quiero saber que lo tienen sano y que nada le pasará, para entrar en tranquilidad”, decía entre sollozos la anciana madre, al mismo tiempo que imploraba clemencia al cielo.

-Tranquilízate madre... nada le pasará, decía la hija a la anciana, al mismo tiempo que la abrazaba tiernamente.  Pero ésta no entendía razones, corría por el pasillo de la Jefatura de Policía en busca de su hijo.  Finalmente se abrió la puerta del despacho privado del Jefe del Servicio Secreto  y la señora contempló a su hijo, riendo tranquilo como si nunca hubiera cometido un delito, platicando con los detectives y jugando  entre sus manos con su cachucha.

-Ya me volvió el alma al cuerpo, dijo suspirando la señora que agradeció el que le hubieran permitido  ver a su hijo, aunque fuera desde lejos.  “Ahora trátenlo bien... está enfermo... muy enfermo”  Algunas personas que estaban en el corredor de la Jefatura, esperando tratar algunos asuntos, al escuchar  las frases de la madre de Higinio, comentaron: “¿Y porqué, si sabían que era un irresponsable, un peligro para la Sociedad, lo dejaron suelto, con pistola y automóvil?  Esta pregunta seguramente que nunca será contestada, pero en el fondo, los parientes de Higinio se arrojarán la responsabilidad del crimen cometido por éste.

La madre de Higinio iba acompañada de su hija Linda, quien se negó a hablar con la prensa.  Al poco rato llegaron Luis y Cristian, hermano y hermanastro de Higinio.

En cierto momento, cuando Higinio era llevado al despacho del general León Lobato, su madre se cruzó al paso del grupo de agentes, tomó la mano de su hijo y la besó.

-¡Hijito! Le dijo, con voz llena de ternura, di la verdad.  Eso es lo único que te puede salvar.  Y en lo sucesivo sé bueno, por favor.

Higinio le hizo una caricia a su madre y siguió adelante.  Fue la única vez que lo vio, ayer, pues posteriormente fue conducido a los separos que tiene la Jefatura, en el edificio de la sexta delegación.

El reportero de El Universal, el Güero Téllez, le preguntó que porqué consintió en que su hijo tuviera un coche, a lo que contestó que el médico que lo atendía se lo recomendó, porque le tranquilizaba los nervios; que nunca tuvo accidentes, pero le recordó que ya había tenido uno en la carretera a Toluca, cuando se fue por pura puntada, para asustar a sus amigos pilotos, pero dijo que eso había sido un mero accidente. También la inquirió qué porqué lo dejaba usar armas de fuego, Jamás le vi una pistola, figúrese que no me gusta que los niños las tengan de juguete. Como toda madre, excusa de todo a su hijo.

La hermana Linda, entra a la conversación diciendo que su mamá tuvo la última noche un ataque de parálisis. Pero ya fue atendida por el médico, pero jura que su hermano es un enfermo, que tienen certificados médicos que lo afirman, ¡Pobrecito de Higinio! Termina diciendo en medio de sollozos y trata de consolar a su angustiada madre que llora amargamente.


ALGUNOS CURIOSOS

Frente al despacho de don Silvestre comenzaron a pararse hombres y mujeres ansiosos de conocer al matador de Lepe Ruiz.  Los más variados comentarios se escucharon.  Mientras unos opinaban que estaban frente a un cínico, otros, en cambio, lo compadecían, y no hubo pocos que hasta lo llamaran “lunático”, y hubo uno que exclamó: “¡Qué tipo más grande eres Higinio!” después de haberlo visto  con su sonrisa de idiota trataba de demostrar que “obró en legítima defensa de su vida”

LA PERSONALIDAD DEL GENERAL OTHÓN LEÓN LOBATO

Antes de proseguir, nos dice Don Silvestre, estimo de justicia señalar un hecho muy importante.  En la época que esto ocurrió, era jefe de la Policía del Distrito Federal, el general de división don Othón León Lobato.  El fue uno de los jefes distinguidos que ha tenido la policía metropolitana.

Caballero intachable, con ese don de gentes que siempre le caracterizó y que le hizo ganarse todo el afecto, sin reservas, de los que con él colaboramos, y al decir esto, me estoy refiriendo a toda la corporación.

Para él, no había hora de labores, celoso en el delicado cometido que tenía de velar por la seguridad ciudadana, siempre, a cualquier hora del día o de la noche, estaba pendiente de los sucesos de la ciudad que directa o indirectamente estuvieran ligados con las obligaciones de la corporación a su mando; todo esto sin escatimar sacrificios de ninguna especie.

Por eso cuando tuvo conocimiento de los lamentables sucesos en que perdiera la vida Armando Lepe Ruiz, que, como ya se dijo, perteneció a la corporación, se interesó en que se esclarecieran los hechos, se aprehendiera al culpable y se consignara a las autoridades competentes, para que recibiera el castigo que su alevoso crimen merecía.


HIGINIO PRESENTADO AL JEFE DE LA POLICÍA.

En cuanto Higinio fue aprehendido, el general Othón León Lobarto pidió  que lo llevaran a su presencia.  Al decirle a Higinio que sería llevado a presencia del general, dibujó una sonrisa cínica y dijo: “Me estoy volviendo muy importante”.  Ya ante el general le tiende la mano, al tiempo que le decía: “Soy su servidor”.

Sin preámbulos el general le dice:
-       ¿Sabe usted porqué está detenido?
-       -Sí, -le contestó Higinio- porque maté a un tipo.
-       Hágame una reseña exacta de lo ocurrido para evitarme estarle preguntando
-       Con todo gusto, -contestó Higinio, y da principio a su versión-
-       Iba sobre la Avenida de los Insurgentes, y al llegar a Álvaro Obregón,
Cuando se apagó el motor del carro, tuve que detenerme para volver a echarlo a andar, y esto disgustó a un señor que iba en otro automóvil, atrás de mi. Con su defensa le pegó a mi carro, tuve que detenerme para volver a echarlo a andar; y esto disgustó a un señor que iba en otro automóvil, atrás de mi; y entonces nos injuriamos los dos.

Seguí mi ruta muy despacio, y él quiso pasarme por el lado derecho... pero no lo dejé, entonces lo hizo por el lado izquierdo...  Cuando llegamos a las calles de Yucatán, nos tocó el alto y los dos frenamos.  Entonces él, me volvió a injuriar llamándome “idiota”, yo le contesté sacando la pistola y apuntándole.  La señora que iba junto a él, dio un grito... y escuché que me dijo “payaso”, entonces él trato de meter mano a la cajuela  para sacar su pistola... le disparé y lo maté..eso fue todo.
-       ¿Cómo sabía que iba a sacar una pistola de la cajuela?-inquirió el general.
-       Lo supuse únicamente.
-       Tenía usted intenciones de matarlo desde que sacó usted su pistola?
-       Precisamente de matarlo no, pero quería demostrarles que no era ni un idiota, ni un payaso, como ellos me dijeron; y sobre todo traté de defender mi vida disparándole.
-       ¿Y cuándo supo que lo había matado?
-       Inmediatamente, pues le hice cuatro disparos a quemarropa. No podía fallar, soy experto en tiro de pistola.  Donde pongo el ojo, pongo la bala.
-       ¿Y luego que hizo?
-       Huí en mi coche a gran velocidad.  Llegué a una calle donde me tomé dos refrescos: una Coca Cola y un Sidral  porque tenía mucha sed.  De ahí me fui a pasear por Chapultepec como lo hago diariamente, y después me fui a mi casa.
-       ¿Platicó a alguien lo ocurrido?
-       ¡Cómo no!  A mi madre y a mi hermana... les dije que había tenido un incidente con un individuo al que había matado.
-       ¿Suponía que la policía lo detendría?
-       Nunca me lo imaginé, pues como me fui del lugar rápidamente no creí que me fueran a reconocer algún día.
-       (En eso le hace notar que alguien apuntó el número de sus placas)
-       En eso no pensé
-       ¿Usted trabaja?
-       No señor, no tengo necesidad.
-       ¿De qué vive entonces?
-       De mis rentas, de lo que mi padre me dejó, no tengo necesidad de trabajar y menos estando enfermo como estoy, que no puedo concentrarme en nada absolutamente que por tanto nada puedo hacer.


Esta entrevista fue en presencia del coronel don Silvestre Fernández C., a quien le dijo el general: “Ahora usted hágale las preguntas que estime pertinentes, allá en los separos.

Al coronel Fernández le intrigaba bastante el hecho de que Higinio tuviera grandes manchas de sangre en el pantalón.  Esto, era sumamente extraño, pues al matar a Lepe Ruiz el domingo por la mañana, lo hizo de carro a carro y era imposible que le hubiera salpicado la sangre en el pantalón.  Además, su madre y su hermana me habían dicho que el lunes por la mañana se había bañado y cambiado de ropa.  Luego había que ahondar ese aspecto. ¿La sangre de dónde provenía?  Con esa duda en mi mente, le pregunté:
-¿La sangre que tiene usted en el pantalón de dónde proviene?
A lo que él respondió sin inmutarse:
-Ayer por la mañana salí de mi casa para ir a Chapultepec.  Dejé el carro  en un garage de Tacubaya, y luego me fui caminando, cuando de pronto noté que un desconocido me veía feo y me decía algo entre dientes.  Le pregunté que qué me había dicho y me contestó que nada absolutamente.  Pero como yo andaba muy nervioso, saqué mi pistola y le di dos cañonazos con ella, uno en la cabeza y otro en la cara.  Se sangró mucho y... me manchó... luego me pidió perdón y se fue corriendo.  No sé quién haya sido, ni sé dónde estará ahora.
-¿Es verdad que tuvo un disgusto con el encargado del garaje .”Nino”, de Mérida 14, señor Maximino Manuel González?
- Sí, es cierto, porque no había lavado el carro... pero nada más lo asusté con la pistola y luego me fui.  No pasó nada... ustedes saben que en México hay muchos bravucones y que hay muchos pleitos diariamente.  Luego hay que andar muy abusado, porque si no, lo matan a uno primero.
-¿Usted le tiene miedo a la muerte?
-¡Miedo no!  Pero no quiero que alguien me mate.  Primero he de matar a todos los que pueda antes de dejarme matar.  Miren ustedes si no es grandioso que muchos policías armados hasta los dientes hayan ido a aprehenderme.  Pero no pasó nada.  ¡Yo no soy de peligro!
 A partir de ese momento y durante unos cinco minutos habla incoherencias.  Sus manos se agitan nerviosamente, gesticula, hace señas como si viera a alguien, saca una pipa, la llena de tabaco inglés.  Luego saca una cajetilla de cigarros, toma uno y cuando parece que lo va a encender, lo tira y sigue con la pipa.

Afirma que su vida es completamente normal, como la de cualquier ser humano, que no es alcohólico y que no es drogadicto.  Dice que estuvo en Los Ángeles estudiando inglés y otras materias, pero que el estudio le causa fastidio, nunca le ha gustado.

Dice que su padre era originario de España, inmensamente rico, ya que era propietario de la fábrica de Ron “Pizá”
-¿Le gusta el pleito?
-Antes sí, pero ahora me he compuesto mucho.
-Entonces, ya debe haber matado a algunas otras personas.
-Pues no recuerdo bien cuántas, pero sí, ya he matado a algunas.
-¿Siempre usa pistola?
-¡Siempre!,  Pues si no la lleva uno, lo matan cuando menos lo espera.
Se le muestra una pistola española “Llama” calibre 380, que reconoce de inmediato, y dice:
-¡Esa es mía!  Sí señor. Con esta lo maté.
Cuando la tiene en sus manos descargada, la maneja con habilidad, dando muestras de ser un experto en el uso de armas.
Luego simula disparar en la misma forma que lo hizo en contra de Armando.
-¿De qué vive?
-De mis rentas, mi padre me dejó una inmensa fortuna, y además estoy enfermo, no puedo concentrarme en nada absolutamente, por lo tanto nada puedo hacer.
-Se sabe que usted tuvo un accidente hace tres meses ¿Cómo ocurrió ello?
-Los hechos sucedieron en la carretera a Toluca.  Fui a un baile con unos pilotos aviadores amigos míos.  Nos emborrachamos y a la salida abordamos mi auto nuevecito, pero que andaba mal de las luces, y en el kilómetro 17, de pronto se me ocurrió probar los nervios de los pilotos, quería ver qué tan buenos eran para volar, y por supuesto, yo también quería probar  las emociones de volar en un automóvil.  Guiaba a gran velocidad y entraba a una curva pronunciada.  Me seguí de frente... volamos por los aires, fuimos a dar a una barranca.  El automóvil quedó hecho  papilla, nosotros sacamos algunos golpes, contusiones, raspones y una que otra fractura, pero nada más.

Vuelve a reír como un orate y se da por terminada la plática con ese ser de mente retorcida.


SE IDENTIFICA PLENAMENTE AL ASESINO

En su casa de las calles de Anaxágoras, vestida toda de negro, se encuentra la señora María Guadalupe Manzano López, la amiga de Armando Lepe Ruiz, que lo acompañaba en el momento de ser éste asesinado.  El Güero Téllez, el hábil reportero de El Universal,  la entrevistó.
-¿Podría usted reconocer por esta fotografía al asesino de Lepe?
Mira atenta el retrato que se le muestra y rápidamente exclama: Es él. ¿Dónde está para verlo bien y decirle en su cara lo asesino que es?
Se le dice que ya será citada por la policía para oque lo identifique, y esto la calma.
Luego vuelve a repetirle la forma como se registraron los hechos, aclarando que si en un principio dijo que se trataba de un hombre calvo como de 35 ó 40 años de edad, se debió exclusivamente a su nerviosidad del momento.-
-No es posible que si usted ve una pistola que escupe fuego, que pone en peligro su vida, pueda fijarse en todos los detalles del asesino, pero este es, no me cabe la menor duda.  ¿Ya lo agarraron?  Por favor que se haga justicia.  Armando desde su tumba lo está pidiendo.
Pasados unos instantes, María Guadalupe, la guapa españolita amiga de Lepe Ruiz, grita:  El también tiene una madre, una mujer anciana que está llorando la pérdida de su hijo, pérdida irreparable –refiriéndose a la anciana madre de Higinio que está pidiendo clemencia, según ha leído en el periódico El Universal.   

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